CRÓNICAS DE UN MALPORTADO II - "Ingrata la Amistad, Ingrato el cuerpo"
Pues bien, aquella tarde sabatina me encontraba en la fase de engullir como poseso una cantidad significativa de salchichones y génovas, ya que mi sufrido organismo acusaba los excesos del alcohol y pensaba conjurar los efectos con dichos manjares. En esos eventos me encontraba cuando tres de los vagos que me acompañaban avisaron de su inminente partida, ya que ellos y sus concubinas de turno estaban invitados a una elegante recepción, ofrecida con ocasión del onomástico de una esbelta damisela de la sociedad zipaquireña, que estaba ad portas de traducir en su tarjeta de identidad los evidentes crecimientos corporales, reflejados en un inusitado aumento del tamaño de sus caderas y una lasciva pectopulencia que era difícil de ignorar. Sus padres no eran ajenos a este crecimiento y decidieron empeñar sus cesantías laborales para ofrecer la fiesta, invitando a lo más granado de la sociedad.
Ante la envidia que despertaron mis cofrades por tener el privilegio de rematar la bebeta en la reunión donde, intuíamos, se prepararían exquisitas viandas, se ofrecerían excelsos licores y se interpretarían piezas musicales ideales para danzar con coetáneas de la homenajeada, tanto o más bellas y cachondas que la anfitriona, decidí convencer a uno de los compadres no invitados para que asistiéramos en plan de colados, ingresando a la jarana, eso sí, vistiéndonos para la ocasión y espantando momentáneamente los efectos de las cervezas. Mi amigote no pudo menos que aprobar la sugerencia y cada quién fue a su casa para ataviarse de manera acorde al evento.
Así las cosas, llegamos al evento, con algunas copas de más pero impecablemente vestidos a pesar de llevar con nosotros un espantoso tufo que haría morir de asco al más carroñero de los gallinazos. Sin embargo la presencia de los dos colados no fue bien vista por los anfitriones, ya que a leguas se notaba que no estábamos en nuestros cinco sentidos y la cumpleañera no recordaba haber extendido la invitación a esos dos “donnadies”. A pesar de eso, permitieron nuestro ingreso, ya que veníamos con los otros 3 invitados y sus respectivas parejas y no sería decoroso avalar el ingreso de unos y cerrarle la puerta en la cara a los otros, más en este tipo de eventos, donde el adecuado comportamiento social debe ser coherente con las ínfulas y las esferas sociales a donde se pretenda ingresar.
Con lo que yo no contaba, era con el efecto de las génovas y salchichones, que se estaba empezando a gestar en mis vísceras, las cuales ya sentaban su voz de protesta con un sinnúmero de poderosos retorcijones, capaces de inquietar a un dromedario.
Así, una vez adentro de la fiesta, el otro colado y yo fuimos a hacernos a los pasabocas y a reclamarle al mesero nuestras dosis correspondientes de aguardiente. Luego de obtener generosas cantidades de güisqui y pasabocas, nos hicimos en un rincón estratégico de la pista de baile, en el cual podíamos ver las atractivas extremidades inferiores de las invitadas enfundadas en diminutas prendas, podíamos detectar bellos especimenes abandonados a su suerte por egoístas novios para sacarlas a bailar y podíamos avizorar a lo lejos a los meseros que en seguidas ocasiones llenaban sus bandejas para el regocijo de los comensales. En más de una ocasión, la homenajeada o sus familiares nos lanzaban una mirada de desprecio al notar que gran parte del licor ofrecido y de las comidas pasaban a nuestros límites y los meseros extrañamente desaparecían y sus vituallas eran reducidas a boronas cuando pasaban por nuestro lado.
Pero fue este el nefasto momento en que mi digestión se expresó en forma alarmante. Mi estómago se hinchó de tal manera que una mujer en estado de embarazo en comparación conmigo se vería como una modelo anoréxica. Los retorcijones se hacían más evidentes y los cólicos que embargaban mis tripas se hacían más y más dolorosos. Sudando frío vi la necesidad de darle una salida al espasmo estomacal, pero sabía que si me dirigía a la puerta, iba a prolongar mi agonía digestiva y además perdería mi privilegiada posición panóptica. En consecuencia, me di cuenta que solo expulsando en forma rápida un gas de mi ser, aliviaría esos dolores que empezaban a agobiarme.
Tomada la decisión, decidí aprovechar el volumen de la estridente musiqueta que sonaba, aprovechar la cantidad de gente que salía a bailar “me gusta esa faldita que tu siempre te pones, ay oye mamacita, no uses pantalones”, el ruido de los pasos y la insoportable taconeadera rola, el “sisseo” de sirvienta de las muchachas entradas en tragos, el sonido de las copas, todo confluìa en una sinfonía oportuna para dejar escapar un flato para que, en caso de ser ruidoso, pasaría inadvertido.
Sin embargo, las casualidades de la vida no fueron del todo benévolas, ya que fue posible calcular el volumen de mi expulsión, pero no fue posible calcular la hedentina provocada por la solución a mi inconveniente corporal. Una vez expulsado el sonoro pedo apaciguado en su volumen por los anunciados factores externos, corrió en el ambiente la insoportable fetidez de un cuerpo putrefacto. La podredumbre hecha cuerpo gaseoso, la hediondez vino al mundo en una pista de baile en forma de espíritu maligno y quiso el diablo que yo fuera el elegido para darle a luz.
Ante los necrosos olores, la montonera danzante se disolvió al instante quedando aislados mi compañero colado y yo, en medio de la mirada acusadora de los invitados adivinando, por nuestras caras de vergüenza y la procedencia del sulfuroso gas, que la porquería era de nuestra autoría. Mal esperé solidaridad de los conocidos que nos llevaron a la fiesta, pues de ellos recibimos los peores insultos y miradas asesinas, puesto que los habíamos puesto en vergüenza.
No valieron las explicaciones. “Pero señora, es que el güisqui no es buen complemento para el salchichón”, “Señor, discúlpeme, no ha sido un buen día digestivamente hablando”....”Perdóneme niña, se me escapó, fue sin intención”....Nada. Fuimos expulsados de la forma más indolente de la fiesta. Colmamos la paciencia de los anfitriones y mal harían en aceptarnos a riesgo de provocar una nueva maldición olfativa. Sería impopular para los organizadores insistir en contar con nuestra augusta presencia. Por tal razón, el padre de la cumpleañera nos dijo respetuosamente: “par de hijos de p.....se largan de mi casa si no quieren que los saque a bala!!!!”....Ante tan tentadora invitación decidimos partir, y mi compañero de andadas aprovecho un descuido para llevar consigo una botella de Brandy que en medio de la reacción por los olores algún mesero dejó olvidado en una mesa.
Salimos con la frente en alto y con mirada altiva. Salimos expulsados de una fiesta de 15 a la que no fuimos invitados, por un inoportuno malsonante y maloliente pedo. Así terminó esa tarde de Mayo de 1997. En la esquina de la casa en que se hizo la fiesta bebimos la botella de Brandy recibida como botín de guerra, esperando la salida de nuestros amigos. Una vez salieron y se percataron de nuestra cercana presencia, huyeron despavoridos en el primer taxi que se les apareció, pues ingratos fueron al no tener en cuenta que guardamos cunchos del trago malsano para ellos. Cuan ingrata es la amistad!!!! Como ingrato es el cuerpo, mi cuerpo, al que le alivié la sed con cervezas y trago, le alivié el hambre con salchichón y génovas y le alivié el retorcijón con ...ya saben qué.....
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