FORO ZIPAJOINT


JOINTZIPA: 20/09/09 - 27/09/09

JOINTZIPA

Este blog es un acopio de relatos delirantes, fruto de un estado de beodez y alucinación.

martes, septiembre 22, 2009

CRÓNICAS DE UN MALPORTADO (I) "Don Quijote de la mancha (de vómito)"




Un funesto día se preparaba el reencuentro con mi Dulcinea del Toboso versión bogotana; el amor platónico que se apoderó de mis anhelos y que logró que toda la atención que tenía concentrada en el ocio, la mala vida y un incipiente trabajo que colmaba mi tiempo más no mis ganas, se fuera en desbandada empeñando mis neuronas en ese rostro que rozaba los límites de la perfección. La ocasión: fiesta de matrimonio del “macho alfa” de mi grupo, con lo cual, en consecuencia con las jerarquías y el régimen colombiano de castas, yo pasaba a recibir las banderas de Semental y galán codiciado, teniendo en cuenta mi edad y mi condición de único hombre soltero (mejor dicho, por descarte).

Conocida mi reputación de mal bebedor y siendo tristemente célebres mis “espectáculos” etílicos, decidí llegar tarde a ese encuentro, con la esperanza de encontrar a las niñas - entre ellas mi Dulcinea - con algo de ventaja en la ingesta de alcohol y procurando mantenerme en mis 5 sentidos, con tal de no hacer el oso.

Lamentablemente, no fue buena idea llegar tarde ya que fui desplazado en mi condición de macho alfa. Una vez llegué, desde la entrada avisté a mi dulcinea y sus comadres hablando a placer con tres “apuestos” españoles que fueron invitados a última hora para darle categoría al evento. Sumado a esto, la cercanía con la medianoche de mi llegada (casi 4 horas después de la cita) fue un obstáculo para mi entrada, con lo cual el reencuentro quedaría solo como uno más de los sueños no cumplidos. Preparando la huida con el rabo entre las piernas, mi dulcinea, con señas desde la ventana del lugar y con la amabilidad propia de quien responde a los ruegos de un indigente por un mendrugo de pan en la fila de un “crepsandwafles”, me sugirió acudir a la “benevolencia” de unos de los españoles para, que con su acento extranjero (arma infalible de impacto en esta repugnante sociedad arribista con asiento preferencial en las clases medias), intercediera con los matarifes, perdón, vigilantes de la fiesta y permitiera mi entrada a tan magna celebración. Y así fue.

Dado que las niñas estaban algo alegronas con los cocteles que pasaban a ser excesivos, dada la química evidente entre estas y los peninsulares y dada mi timidez que en estos eventos me embargaba, decidí empatarles en el nivel de etanol en la sangre, a fin de romper el hielo y llenarme de brios para desplazar a estos intrusos que creyeron que con sus pintas podían opacar mi “don de gentes”. (donde gente? Solo animales). Completando la conspiración cósmica, me encontré con dos comensales no esperados en otras mesas. Dos paisanos zipaquireños, célebres porque 15 años atrás me indujeron a la bebeta, famosos también por beber güisqui en la misma cantidad (y de la misma forma) en que lo haría un caballo sediento con agua en El Espinal. Dos personajes, dueños de cantinas, que se precian de pegarle ebrios a sus esposas y lograr perdones y hospitalarios cuidados de las lesionadas al otro día. Lo peor, amigos míos.

La euforia propia de los zipaquireños cuando, borrachos, encontramos amigos nuestros, se hizo evidente en el grito estridente y pletórico de saliva que estos dos chafarotes pegaron al verme incauto paseando por el recinto. Y no menos zipaquireña la actitud de no saludarme como es debido, con un apretón de manos, sino embutiéndome amablemente una generosa canecada de aguardiente en fondo blanco, ese líquido malsano ideado por psicópatas y destilado en alguna paila del infierno. Así, la labor emprendida con el fin de nivelarme en el estado de alicoramiento con las susodichas comadres de Dulcinea del Toboso, parecía lograr su cometido.

Brioso, “envalentonao” con mi sansónica actitud, los músculos henchidos, con la mente brillante en ocurrencias y la cara brillante en sudor de beodo en lupanar, me dispuse a acercarme a la mesa donde debía estar ejerciendo mi condición jerárquica. Demasiado tarde, ya que mi platónica y sus compinches estaban prendadas de los peninsulares y a ellos no les era indiferente la belleza crepuscular, celestial de mi venerada Dulcinea y la “belleza” exótica y aborigen de sus compañeras. Viendo que no había nada más por hacer, decidí quedarme en la mesa de las chicas para recoger las sobras de las sonrisas que prodigaban a sus galanes y pasear ocasionalmente por la mesa de mis dulces paisanos para acceder al licor que, de ser un elemento de “nivelaciòn social”, pasó a ser consuelo de una nueva frustración.

Cuando el paisaje comenzó a duplicarse en mis retinas, sentado en algún taburete abandonado del recinto con la misma quietud de un velero en altamar, se acerca a mi, oh dulce Dulcinea del Toboso, momento que llegué a asociar con una alucinación. “Habré bebido mucho?” – pensé, pero era real, mi amada dulcinea, “si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo”. Me dice “Hola, Byron te he buscado por todos lados y verte ahí sentado me llenó de alegría pues pensé que te habías ido”. Podrán imaginar mi emoción, ya que este instante es aquél por el cual uno cree que esta hecha toda su vida y el taburete se convierte en una especie de “aleph”. Este incipiente butaco debió ser la inspiración -o la razón- de Borges, donde sentado y en ese instante, confluìa la eternidad.

Continuó la bella diciéndome: “.... pasa que uno de estos galanes quiere invitarme a un momento y lugar más íntimos en su casa”. Definitivamente tenían razón quienes dijeron que la vida era un instante, y sobre todo, que no somos nada. Sentí lo que siente el niño al que le derriban su castillo de naipes, o lo que siente el ropavejero cuando le roban su costal o lo que siente el gamín cuando se le evapora la “bicha”. Para completar este instante y haciendo esfuerzos sobrehumanos por ocultar mi turbación (una piedra ni la hp), remata mi Dulcinea diciendo: “Eres para mi como el hermano mayor que nunca tuve, y dado que este apuesto hombre no me disgusta, pero lo acabo de conocer, quiero que me acompañes a casa del español, por si alguna eventualidad”. La verdad no sé que pensaba con esto, ni a que eventualidad se refería. Requería algún testigo a su faena??? Era necesaria la presencia de un correveidile perdedor? O simplemente quería que la vieran salir conmigo para evitar suspicacias, para después botarme impunemente en cualquier orillo de la ferrovía?

No contenta con hacerme ver las intenciones del lechuguino madrileño, mi coqueta dulcinea subrayó su agrado ante tales flirteos y remató haciéndome la propuesta de servir de alcahueta en este espontáneo contubernio, a ser su edecán y llevarla como quién lleva el novillo al matadero, opté por comportarme como lo hace un zipaquireño en estos casos, es decir, agachar la cabeza, aceptar con resignación y de la forma más abyecta y pusilánime ceder a sus pretensiones, eso si, asegurándome provisiones de alcohol mientras la nueva pareja retozaba con fruición y cedía a sus apetitos venéreos.

Con poca alegría vio el petimetre acercarme del gancho de mi “hermanita” Dulcinea, adivinando la presencia de un tercero inesperado, sumado a que mi borrachera se hacía más notoria. Sin embargo, el badulaque no tenía otra opción que la de aceptar la compañía de “este amiguito a quien estimo como a un hermano” y nos encaramamos en el taxi, rumbo a su poco modesta morada temporal, un apartotel en el sitio más exclusivo de la ciudad.

Una vez montados en el taxi, empezó mi calvario. No solo se duplicaba mi paisaje sino que el taxi empezó a dar en mi cabeza más vueltas que las que en realidad hacía y mi digestión quiso hacer su “viceversa”; mis compañeros de viaje en medio de su besuqueo parecían hablar en idiomas extraños y el ruido del radioteléfono del taxi alcanzaba niveles demoníacos en mi cabeza. Pensé que al llegar a la casa del petuste se me iba a pasar la maluquera, pero malhaya sea mi suerte, estaba más ebrio que nunca. El gusano no podia ocultar su molestia de tener que cargar con el borrachín y, en aras de tenerme quieto o dormirme, me dio una generosa copa de vino, que sirvió como detonante. Sentado en unos muebles de lujo, mi cuerpo acusó los excesos de alcohol y la comida ingerida desde los dos anteriores días buscaba una salida de emergencia ante el exceso de toxinas que embargaba mi aparato digestivo. Mi estado de inutilidad era tal que no fui capaz de acudir siquiera al baño más cercano y no pude menos que asomar la cabeza del sofá en el que estaba refugiado como un niñito en una Flota Rionegro bajando a Yacopí y engalanar el reluciente piso del apartamento con copiosas y espesas bascas, donde pululaba el trago, el salami mal digerido de una pizza ferozmente engullida el día anterior y trozos aún enteros de plátano del almuerzo previo, que no soportó un segundo más su presencia en mi putrefacto estómago.

Ante esta emergencia, el figurín soltó a mi dulcinea y me cogió de hombros para llevarme al baño en estado de emergencia. El baño de la sala estaba ocupado, así que tuvo que llevarme al elegante spa que tenia por sanitario en su cuarto. Sin embargo, esta medida fue inútil ya que al entrar a su cuarto, sentí los síntomas de una nueva bocanada de vómito, en un momento en que mi hígado exorcista hacía esfuerzos titánicos de sacar el diablo que hizo posesión en mi cuerpo y alma en forma de Aguardiente Nectar. Nuevamente el piso reluciente, sumado a parte del cubrelecho de la cama donde sería en pocos minutos “coronada” mi platónica beldad, fue el destinatario indefenso de los más profundo, humilde y asqueroso de mí.

Ante esta presencia repugnante y hedionda, el ibérico no quiso arriesgarse a que aumentaran mis daños, y me llevó como pudo a rastras hasta el baño, que no recibió más que los escupitajos restantes de las vomitadas. Luego de botar lo que quedaba mi, me percaté su cara de inconformidad, así que vino una nueva reacción zipaquireña:

“Andate españolete de mierda. HPS (Hic) , creen que pueden venir a quitarnos todo. No les bastó con la masacre y el robo impune perpetrado en tiempos de la conquista??? No les bastó con comerse a nuestras indiecitas tatarabuelas fecundándolas y heredándonos solo sus apellidos y malas costumbres (Hic), léase la tauromaquia, el cristianismo y los horribles pasodobles?? No fue suficiente con la expropiación, con entregándoles nuestro periódico basura, nuestra televisión basura??? VIVA EL REY MUERA EL MAL GOBIERNO!!!! (hic)”.La estupefacción del denostado alcanzó límites desconocidos, pero pudo más su prudencia e hizo caso omiso a mis insultos, con lo cual la ofensa me rebotó ipso facto, activándome el “chip” que dice “loco, la estas cagando”. En consecuencia, emprendí una silenciosa huida: mientras mi sufrida dulcinea limpiaba mis “gracias” en la sala y el españolete hacia lo propio para dejar el Spa habilitado hasta nueva orden, tomé las de Villadiego, no sin antes dejar escapar un eructo poco sonoro pero sí rico en hedores, huyendo del edificio y por las oscuras calles hasta encontrarme en una avenida donde un taxista me recogió dudoso y me llevó hasta mis aposentos, luego de tres paradas necesarias para que el amoblado del taxi no se viera también estropeado por mis bendiciones.

Dulcinea, al notar mi ausencia, salió presurosa a buscarme sin éxito, con la conciencia mancillada por haberme llevado al suplicio vomitivo y su precioso rostro bermejo de la vergüenza nacional. Al no encontrarme me llamó al teléfono, que en medio de mi beodez fui incapaz de contestar. Pudo ver el galancito que el daño estaba hecho y que el “hermanito” de su reciente conquista le había “dañado el cuarto” por partida doble: 1) No pudo acceder a la odalisca colombiana que rompió en un llanto de ira, vergüenza y lástima. 2) Le arruiné su habitación.

Así fue mi reencuentro con Dulcinea del Toboso o - para apegarme a la realidad- mi Dulcinea del Toberín, quién me veía como un hermano y terminó viéndome como la más vergonzosa de sus verrugas. La única satisfacción es que pude aplicar aquella ruin frase que dice “si no es pa mi, no es pa nadie!!!!”.

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